.... El Solsticio de Invierno y el
SIGNIFICADO COSMICO DE NAVIDAD

La Navidad, para el devoto religioso es una fecha santificada, consagrada y llena de misterio, pero no menos sublime porque no la comprenda. En las iglesias se enseña cómo, en esta noche, la más santa del año, nuestro Señor y Salvador, inmaculadamente concebido, nació de una virgen. No se da ninguna otra explicación y el asunto se deja al asentimiento o rechazo del oyente, de acuerdo con su temperamento.
En el solsticio de invierno, es cuando la Tierra está más próxima al Sol. Los rayos espirituales llegan entonces a la superficie de la Tierra en ángulos rectos, en el hemisferio nórdico, estimulando la espiritualidad, mientras que las actividades físicas permanecen adormecidas a causa del ángulo oblicuo que forman los rayos solares al batir sobre la Tierra. Debido a este principio, las actividades físicas están en su reflujo mayor y las fuerzas espirituales en su flujo superior en la noche del 24 al 25 de diciembre, por lo que esta es "la noche más santa del año”.

Se han dado diversas explicaciones para satisfacer la imaginación, especialmente de naturaleza astronómica.
Se ha demostrado por ellas cómo, en la noche del 24 al 25 de diciembre, el Sol comienza su ruta del Sur al Norte. Él es la "Luz del Mundo". El frío y el hambre exterminarían inevitablemente a la raza humana si el Sol permaneciese constantemente en el Sur. No es de extrañar, pues, que sea una causa de alegría cuando comienza su jornada hacia el Norte. Se le aclama entonces como el "salvador”, pues viene para "salvar al mundo", para darle el "pan de la vida", toda vez que él hace madurar el grano y la uva. De este modo "da su vida sobre la cruz (al cruzar el ecuador) en la noche en que principia su viaje al Norte el signo zodiacal Virgo, la virgen celestial, la "Reina de los Cielos", está en el horizonte oriental a medianoche, y es, por consiguiente, astrológicamente hablando, su "signo saliente". Así, pues, "nace de una virgen", sin otro intermediario y, por lo tanto, "inmaculadamente concebido".

El Sol nace, año tras año, en la noche más oscura. Los Cristos salvadores del mundo nacen igualmente cuando la oscuridad espiritual del género humano es más profunda. Un tercer aspecto existe, y de suprema importancia, igual - es decir, que no es una suposición gratuita de Pablo cuando dice aquello de "Cristo formado en vosotros". Es un hecho sublime que todos somos Cristos en formación y cuanto más pronto nos convenzamos de que podemos cultivar a Cristo nuestro interior antes de que podamos percibirle externamente, tanto más apresuraremos el día de nuestra iluminación espiritual. A este respecto citamos nuevamente el nuestro aforismo favorito de Angel Silesius, cuya sublime percepción espiritual le hizo decir:

"Aunque Cristo nazca en Belén mil veces, y no dentro de ti, tu alma se verá desamparada. Es en vano que mires a la Cruz del Gólgota si en tu propio interior no se levanta".

Este acontecimiento libra al hombre de las trabas de la materia manifestándose entonces una época de metabolismo espiritual, por cuyo conducto nuestra cosecha de experiencias terrenales se transforma en poder de alma, en talentos y tendencias, para ser puestas a rédito en vidas futuras, para que podamos prosperar y hacernos más ricos en tales tesoros, hasta hacernos merecedores del título de "FIELES ADMINISTRADORES" que nos hará ocupar mayores y mejores puestos entre los sirvientes de la Casa del Señor.
Navidad es la estación de mayor luz espiritual. Durante esta época de ciclos alternantes, hay un flujo y reflujo de luz espiritual igual al de las aguas del océano. La Iglesia primitiva cristiana señaló la Concepción en el otoño del año y actualmente este acontecimiento está celebrado por la Iglesia Católica cuando la gran ola de vida y luz espiritual comienza su descenso en la Tierra. El punto culminante de este descenso llega por Navidad, que es, por lo tanto, ciertamente, la estación santa del año, el momento cuando esta luz espiritual se toca más fácilmente y se asimila por el aspirante por medio de hechos de misericordia, bondad y amor. Estas oportunidades no faltan ni aun al más pobre, pues como a menudo hemos recalcado en las Enseñanzas Rosacruces, el servir tiene más importancia que las dádivas de dinero que pueden llegar a ser un perjuicio para el que las recibe. Sin embargo, de aquellos a quienes mucho se ha dado, se les exigirá mucho también, y si alguno ha sido bendecido con una abundancia grande de bienes terrenales, una distribución cuidadosa de los mismos debe acompañara cualquier servicio físico que pueda rendir. Recordemos, además, las palabras de Cristo: "Tanto como cualquiera de vosotros haya hecho por uno de los últimos de éstos mis hermanos, todo eso lo ha hecho por mí. De este modo nosotros le seguiremos a Él como luces ardientes y brillantes, indicando el camino de la Nueva Era.

Pero en la noche más larga y más oscura, el Sol vira en su sendero hacia arriba; la luz de Cristo ha nacido otra vez para la Tierra y ante su brillo el mundo se regocija. Por los términos de nuestra analogía, sin embargo, cuando el Cristo nace en la Tierra muere para los Cielos. Al igual que el espíritu libre está en el momento de nacer final y firmemente incrustado en el velo de la carne que lo aprisiona durante toda la vida, así también el Espíritu de Cristo está aprisionado y encadenado cada vez que El nace en la Tierra. Este gran sacrificio anual empieza cuando las campanas de Navidad están sonando, cuando nuestros cánticos gozosos de oración y agradecimiento ascienden al cielo. Cristo queda aprisionado en el sentido más literal de la palabra desde Navidad a Semana Santa.

La humanidad puede burlarse de la idea de que hay un influjo de vida y luz espiritual en esta época del año, sin embargo, el hecho existe y es verdad tanto si lo creemos como si no. Todos y cada uno sentimos como si un peso se hubiera quitado de nuestros hombros. El espíritu de "paz sobre la Tierra y buena voluntad entre los hombres prevalece”; el espíritu de que nosotros debemos dar algo se expresa también en los regalos de Navidad. Este espíritu no debe ser negado, pues es patente para cualquiera que sea un poco observador, y esto es en sí un reflejo de la gran oleada divina de dádiva. Dios ama de tal modo al mundo que le Su Hijo Unigénito, Navidad es la época de las dadivas, aunque no se consuma hasta Pascua de Resurrección, éste es el cruce, el punto de vuelta, el lugar donde nosotros sentimos que algo ha sucedido que nos asegura la prosperidad y la continuación del mundo ¡Cuán diferente es el sentimiento de Navidad de aquel que se manifiesta por la Semana Santa! En esta última época hay un deseo, una exuberancia de energía que se expresa en amor sexual, con un deseo de la perpetuación de la especie como nota característica, y, por lo tanto, vemos cuán diferente es esta sensación del otro amor que se expresa en el espíritu de dádiva que notamos por Navidad, en preferencia al espíritu de recibir.

Y ahora observemos las iglesias y veremos que nunca las velas arden en ellas tan brillantemente como en los días más cortos y más oscuros del año. Tampoco nunca las campanas suenan tan alegres y con un tono tan festivo como cuando están cantando su mensaje al mundo que espera al que le dicen: "Cristo ha nacido!"

Pero no debe olvidarse, que el nacimiento de Cristo sobre la Tierra representa la muerte de El para la gloria del cielo; que en el momento en que nosotros nos regocijamos de su venida anual, queda vestido otra vez con el pesado manto físico que nosotros hemos cristalizado a nuestro alrededor y que es nuestro punto de morada: la Tierra. En este pesado cuerpo queda entonces incrustado y aguarda ansiosamente por el día de la final liberación. El lector sabe, por supuesto, que hay días y noches para los espíritus más grandes, así como los hay para los seres humanos; que al igual que nosotros vivimos en nuestro cuerpo durante las horas del día, trabajando y liquidando el destino que hemos creado por nosotros mismos en el mundo físico y que al llegar a la noche quedamos en libertad en el mundo superior para restaurar nuestros desgastes, así también tiene su flujo y reflujo el Espíritu de Cristo. Mora dentro de nuestra Tierra una parte del año y al acabar ésta asciende a los mundos superiores, a pues, Navidad es para Cristo el comienzo de un día de vida física el principio de un periodo de restricción.

El aspirante a una vida espiritual debe anhelar hacerse más sirviente de la Cruz que antes, debe seguir más cercanamente a Cristo en todas sus cosas haciendo el sacrificio de sí mismo por sus semejantes, procurando elevar a la humanidad dentro de su inmediata esfera de acción para apresurar y llegar el día de la liberación por el cual el Espíritu de Cristo está aguardando, gimiendo y afanándose. Con esta liberación significamos la liberación permanente. el día y la vuelta de Cristo.

Procuremos durante el año venidero seguir sus enseñanzas con una fe y confianza más completas. Si hasta este momento hemos dudado de nuestra capacidad para trabajar por Cristo, hagamos que esta duda desaparezca recordando lo que Él nos dijo: "Trabajos mayores que éstos que yo hago, haréis vosotros también, ¿Cómo Aquel que era la personificación de la verdad pudiera haber dicho estas cosas si no hubiera sido posible el que se realizasen? Todas estas cosas son posibles para aquellos que aman a Dios.  Si nosotros deseamos trabajar realmente en nuestro limitado radio de acción sin que aspiremos a hacer cosas extraordinarias y llamativas hasta que hayamos hecho las que se pongan al alcance de nuestra mano, entonces nos veremos dotados de un maravilloso crecimiento del alma, por el cual podamos alcanzar el hacer obras de más consideración, de modo que las personas que nos rodean a nosotros vean algo lo cual no son capaces de definir, pero, sin embargo, sea patente para ellos esto será la luz de Navidad verán en nosotros la luz de Cristo recién nacido, brillando dentro de nuestra esfera de acción.

Cada vez que nos damos a nosotros mismos haciendo algo en beneficio de los demás, añadimos algo al lustre de nuestros cuerpos de alma, los cuales están construidos de éter. Este es el éter de Cristo que flota ahora en nuestra esfera, y no olvidemos que, si deseamos trabajar por su liberación, debemos desarrollar nuestro cuerpo del alma, hasta el punto en que puedan sostener en vilo la Tierra un número suficientemente grande de personas, y de este modo podamos echar su peso sobre nosotros y ahorrarle a Cristo el dolor de pasar existencias físicas.

"De qué aprovechará que el Sol brille si yo no tengo ojos para verlo? ¿Cómo podré yo conocer que Cristo es mío, salvo que Cristo esté dentro de mí? Esa voz callada dentro de mi corazón es una realidad del pacto entre Cristo y yo, esta voz imparte a la fe la fuerza de un Hecho."

Esta es una experiencia mística que, sin duda, ha sido experimentada por muchos de nuestros estudiantes, porque es tan cierto, literalmente hablando, como que la noche sigue al día y el invierno al verano. A menos de que nosotros tengamos a Cristo dentro de nosotros mismos, a menos de que el maravilloso pacto de sangre de la fraternidad haya sido consumado, nosotros no podemos tener parte en él y por lo menos en lo que a nosotros concierne no importará que las campanas de Navidad suenen una y otra vez; pero cuando el Cristo ha sido formado dentro de nosotros mismos, cuando la Inmaculada Concepción ha sido una realidad en nuestros propios corazones, cuando nosotros hemos asistido al nacimiento del Niño Cristo y le hemos ofrecido nuestros regalos, dedicando la naturaleza inferior al servicio de nuestro Yo Superior, entonces y sólo entonces la fiesta de Navidad es una fiesta a la que nosotros asistimos un año y otro año. Y cuanto más ardientemente nosotros laboremos en la viña del Señor, tanto más clara y distintamente oiremos aquella voz callada y muda que dentro de nuestros corazones nos ofrece la invitación: "Venid a mi todos aquellos que estáis agobiados con vuestra carga, que yo os daré descanso. Tomad mi yugo, porque mi yugo es blando y mi carga ligera." Entonces nosotros oiremos una nueva nota en las campanas de Navidad, tal como nunca antes la hemos oído, porque en todos los del año no hay día tan alegre como el día en que el Cristo nace de nuevo en la Tierra, trayendo con El regalos y dádivas al hijo del hombre -dádivas: que significan la continuación de la vida física - porque si no fuera por esta influencia vitalizante y enérgica del Espíritu de Cristo, la Tierra permanecería fría y desolada; no habría en ella un nuevo canto de primavera, ni tampoco los admirables coristas del bosque para alegrar nuestros corazones al aproximarse el verano, sino que el helado cepo de los polos mantendría a la Tierra encadenada y muda para siempre, haciendo imposible para nosotros el continuar nuestra evolución material que es absolutamente necesaria para enseñarnos el uso del poder del pensamiento en debida forma.

El Espíritu de Navidad es, pues, una realidad viviente para todos aquellos que han desarrollado en su interior el Cristo. La generalidad de los hombres lo sienten únicamente alrededor de Jos días santos, pero el místico iluminado lo ve y lo siente meses antes y meses después del punto culminante de Nochebuena. 

Este es el principio del gran cósmico drama "De la Cima a la Cruz" que se representa anualmente durante los meses de invierno.

En abril, cuando el Sol cruza el Ecuador celestial y penetra en el signo Aries, el Cordero, la cruz se nos presenta como un símbolo místico del hecho que el candidato a la vida superior debe aprender a dejar a un lado el instrumento mortal y empezar a ascender al Gólgota, el lugar del cráneo, y de aquí cruzar el umbral para penetrar en el mundo invisible. Finalmente, en imitación del ascenso del Sol por los cielos del Norte, debe aprender que su lugar es al lado del Padre y que últimamente debe también el ascender a lugar tan exaltado. Además, como el Sol no permanece en tal alto grado de declinación, sino que cíclicamente desciende otra vez hacia el equinoccio del otoño y el solsticio de invierno, para completar su círculo una y otra vez en beneficio de la humanidad, así también todo aquel que aspira a convertirse en un Carácter Cósmico, en un salvador de la humanidad, debe prepararse para ofrecerse a sí mismo como un sacrificio una y otra vez en beneficio de sus semejantes.

El villancico más grande de todos los de Navidad: "Paz en la Tierra y buena voluntad entre los hombres", nosotros tenemos el poder dentro de nosotros mismos de acercar el día de la paz mediante hablar, creer y vivir en Paz, pues la acción concertada de millares y millares de personas produce una impresión en el Espíritu de Raza cuando está enviada directamente, especialmente cuando la luna está en Cáncer, Escorpión o Piscis, que son los tres grandes signos psíquicos más adecuados para un trabajo oculto de esta naturaleza.
Cuando nace el Espíritu de Cristo en la Tierra, comienza fermentar y fecundar los millones de semillas que las hadas fabrican y riegan para que los hombres y animales puedan tener alimento físico. Importante como es el trabajo de las hadas, queda pálido por su insignificancia cuando se le compara con la misión de Cristo, que nos brinda cada año el alimento espiritual necesario para avanzar en el sendero del progreso, para que podamos alcanzar la perfección en el amor con todo lo que ello implica.

¿Cuán vehementes eran nuestros sueños y maestros anhelos al aproximarse esta fiesta! ¿Cuán ardientemente nosotros dábamos la hora en la que debíamos recibir los regalos que sabíamos nos traerían los Reyes Magos, estos misteriosos bienhechores universales que traen los juguetes a los niños todos los años! ¿Qué hubiera pasado por nosotros si nuestros padres nos hubieran vuelto a dar las muñecas desmembradas y los tambores destemplados del año anterior? Seguramente que hubiera caldo sobre nosotros sensación dominados de desgracia desconsuelo que hubiese dejado en nuestros corazones un sentido profundo de desconfianza en nuestros padres, el cual, ni aún el tiempo, hubiera podido cicatrizar. Sin embargo, todo esto no tendría ninguna comparación con la calamidad cósmica que caería sobre la humanidad si nuestro Padre celestial dejase de concedernos el nacimiento de un nuevo Cristo como regalo cósmico de Navidad.

El Cristo del año que entonces termina no podría remojar el suelo otra vez y fecundar los millones de semillas enterrada en la Tierra y despertar las actividades germinales de la vida Padre pare empezar su crecimiento, el Cristo del año que termina o podría tampoco encender de nuevo en nuestros corazones las aspiraciones espirituales que nos impele hacia adelante en nuestra encuesta, así como tampoco el calor del último verano nos podría volver a calentar.

El Cristo del año que fine nos dio Su Amor y su Vida hasta el último suspiro sin medida ni limite; cuando nació en la Tierra por la Navidad anterior infundió la vida a las semillas durmientes que crecieron y llenaron nuestros graneros con abundancia para poder sacar de ellas la nutrición física; Cristo difundió sobre nosotros el Amor que El recibió del Padre, y cuando una vez hubo agotado toda su vida murió en la época de la Pascua de Resurrección para ascender de nuevo al Padre, así como el río, por evaporación, se eleva al cielo.

Nosotros podemos ver los vehículos físicos de Jehová circulando como satélites alrededor de los planetas; nosotros podemos ver también el Sol, el cual es el vehículo visible del Cristo, pero el Sol invisible, el cual es el vehículo del Padre y el origen de todo, aparece y se representa a los videntes humanos de mayor evolución, como la octava superior de la fotosfera del Sol, un anillo de luminosidad azul violácea detrás del Sol. Pero nosotros no necesitamos ver; nosotros podemos sentir Su Amor y este sentimiento nunca es tan grande como en la época de Navidad, cuando Él nos da el mayor de todos los regalos: el Cristo del Nuevo Año.

Tomado del Libro; Temas Rosacruces páginas 11-40
por Max Heindel.

 

 

 

 

 

 



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